Un referente ético de la Oftalmología española y europea

In Memoriam: Prof. José Carlos Pastor Jimeno, por José A. Fernández-Vigo (Catedrático de Oftalmología)
En mi boda: José Carlos Pastor me acompañó en los días más importantes de mi vida.

«Por su culpa me llamáis Pepe. Cambió mi nombre y, lo que es más importante, mi concepto de la Investigación en Oftalmología».

Por José A. Fernández-Vigo
Catedrático de Oftalmología

Sabía que llegaría el día que habría que escribir estas letras, pero me resistía a hacerlo, ni tan siquiera planteármelo. Siempre con la esperanza de que fueran años y años y años, los propios de la edad, no los de la enfermedad, los que acabaran con él. Y ahora, súbitamente, hay que reorganizar recuerdos que datan de hace 46 años.

Y para hablar de José Carlos hay que delimitar el enfoque. El personal y el profesional, con un denominador común, la ética que aplicó a todos los órdenes de su vida.

Hombre íntegro y de una sola pieza, sin dobleces, toro bravo que no manso, de raza. Insobornable. Recto. Amigo de sus amigos y justo con los que no lo eran, repartía halagos, pocos pero justos, y críticas, muchas y todavía más justas. Gracias a ellas aprendimos muchísimo de Oftalmología Científica, de rigor, de ética.

Sus palabras eran directas, impactantes, sin réplica. Llamaba a las cosas por su nombre, sin eufemismos. Suavizaba sus formas con un enternecedor «de todo corazón».

Mi relación con él fue como un flechazo desde el principio, se consideraba como mi hermano mayor oftalmológico. Cuando llegó, yo era un novato PNN, de 23 años, absolutamente desorientado, haciendo la especialidad en Santiago de Compostela. Y él era profesor agregado, una especie de vice catedrático, que venía de la «seria y disciplinada» Universidad de Navarra con la ilusión de sentirse un gran profesor de Oftalmología en la acreditada escuela de Santiago y fue que no; el impacto que recibió fue enorme cuando se dio cuenta que Santiago era distinto. Su mérito fue ser capaz de adaptarse al bohemio y creativo desorden, considerándose, como él decía con enorme autoironía, «residente bien considerado». Nunca se quejó.

Hombre de buena voluntad, intentó colaborar todo lo que pudo en Santiago y, dada su buena relación con todos los miembros del staff, trató de ayudar al Profesor Salorio en todo lo que estuvo en su mano. Para mí resultaba una combinación perfecta: la libertad, alegría y creatividad de Santiago, con la disciplina y la buena práctica de José Carlos. Aprendí que tenía que ser riguroso en la clínica, en la investigación y en la ética. Si con Salorio aprendí la Lógica, con José Carlos la Ética.

Una anécdota paradigmática en Santiago. Mi nombre fue siempre José, a secas, para familia y amigos. En mis primeros años en Santiago se me conocía por mi apellido: «Vigo». Hasta que, en una sesión clínica, JC me llamó Pepe. A partir de ahí se difundió el cambio a todo el mundo oftalmológico: en el hospital, en la facultad, en todo el ámbito profesional. JC me rebautizó y ahora todos me llamáis Pepe. Esta anécdota me permite la paráfrasis constructiva: de la misma forma que me cambió el nombre, me cambió la vida profesional, la mentalidad, el concepto de Oftalmología Científica. Yo hice una tesis doctoral que, en su primera versión, era lamentable. Él me ayudó a rehacerla y, sobre todo, a conocer y disfrutar del método científico. A partir de entonces la Investigación se convirtió en una pasión compartida con él.

Antes de las Navidades quedamos en vernos para comentar las cartas manuscritas que nos habíamos cruzado cuando él se fue a Valladolid y, posteriormente, cuando yo me fui a Extremadura, donde nos contábamos nuestros secretos y vivencias. No hubo lugar, no pudo ser. Me queda la enorme satisfacción de haber publicado juntos un editorial, en diciembre 2024, en «Archivos» sobre Ética e Investigación. Os invito a leerlo a todos aquellos que apreciéis a JC como señal de respeto a lo que representó.

Enfrentó la vida y la muerte con el mismo ánimo, con el mismo espíritu, hasta el punto de que su actitud fue ejemplo y referencia en los medios de comunicación a través de redes sociales, influencers y programas de televisión. Siempre dando lecciones de moral y espíritu desde su modestia.

Nos mensajeábamos casi a diario, yo intentando darle unos ánimos que él no necesitaba, pero que yo sí, imaginando el sufrimiento de mi gran amigo. Pensaba lo terrorífico que debe ser encontrarse con toda la ilusión, con ganas de seguir adelante con todos sus proyectos y equipo y, en cambio, sentir la espada de Damocles pendiendo de tu cuello. Fue capaz de remontar neumonías y septicemias, mostrando su enorme calidez humana y fuerza vital hasta que hace ocho días recibí una llamada, a media tarde; me dijo, textualmente: «Esto se acaba». Le contesté aturdido por sus tres palabras: «ya has superado varios match ball, éste es otro que podrás superar». Agónicamente me contestó con desánimo y no queriendo discutir: «bueno, lo que tú quieras, pero esto se acaba». Sentí que ya aceptaba su destino. Cortó pronto la conversación. Añadió: «te llamaré todos los días para contarte». Fue la última vez que hablamos. Alarmado por su falta de respuesta escribí a Margarita; su mensaje fue demoledor: «le quedan pocos días, está muy malito».

Había principalmente un José Carlos orgulloso de su familia. Me mandaba sistemáticamente las noticias sobre los éxitos de Marga, de sus premios y nombramientos, con más interés que de los suyos. Se enorgullecía más de sus logros que de los propios. Adoraba a sus hijos. Últimamente presumía, superorgulloso, de la primera publicación de su hija Ana Pastor Calonge, dos grandes apellidos.

Además, era un abuelo entrañable y cariñoso, que disfrutaba de sus nietas. Esto sorprenderá a quienes, no conociéndole bien, pensaban en la rudeza y frialdad que mostraba en otros aspectos profesionales y ante la mediocridad de la desidia. Era un martillo de herejes.

Su pasión por el ciclismo era inenarrable, desmedida, una especie de adicción supersana que mantuvo hasta que la enfermedad se lo impidió. Me enviaba constantemente sus hazañas deportivas, a las que yo, picado en mi interior, respondía con mis pequeños logros deportivos. Fotos y más fotos de JC con enorme casco, maillot de ciclista, gafas sport subido a la bicicleta dispuesto a pedalear solo o con sus gregarios por la meseta castellana, con días espectaculares de sol radiante o de violentas tormentas; no le paraba nada. Otra paráfrasis de su vida. Su circuito de Arroyo de la Encomienda le echará en falta. Un grupo de amigos quisimos regalarle una bicicleta de pedaleo manual para matar la nostalgia cuando sufrió la paraplejia, pero ya no nos dejó su fisioterapeuta; su espalda ya no resistía.

La segunda vertiente, mejor conocida pero no en su justa medida, se refiere a su vida científico-académica. Su curriculum es excelente, generoso y siempre compartido; no se dedicó a inflarlo si no a potenciar a su equipo. Nunca se obsesionó ni con premios ni con publicaciones, siempre la mirada en lontananza con un objetivo claro: el IOBA, mascarón de proa de la Investigación Oftalmológica. Él trazó su propio camino, con varios hitos relevantes.

Ciclista empedernido. Karateka consumado. En su circuito de Arroyo de la Contienda.

Podemos personalizar en JC un movimiento que se produjo hace 40 años, cuando un grupo de jóvenes oftalmólogos universitarios quisimos adaptar la investigación científica que se desarrollaba en nuestros hospitales y universidades al modelo anglosajón. La introducción de la estadística y del método científico en general aplicado a las ciencias de la salud, sufrió en esos momentos un cambio radical. Aunque los años precedentes había grandes profesores y clínicos, la investigación que practicábamos no estaba del todo desarrollada. José Carlos, con la inestimable e incondicional ayuda del Profesor García Sánchez desde la Secretaría de la SEO, consiguió que se implantaran unas jornadas dedicadas a la Investigación en el Congreso SEO, las que hoy conocemos como Comunicaciones de Investigación, y a las que recientemente, y en honor a sus méritos y a la eficacia de la Junta Directiva actual, han pasado a denominarse Sesiones «José Carlos Pastor». Este nombramiento fue especialmente emotivo para él en momentos de tanto sufrimiento, tanto que me dijo: «poquísimas veces he derramado lágrimas en mi vida, pero ésta ha sido una de las más importantes».

El siguiente hito de JC fue asumir la Dirección de la revista «Archivos de la Sociedad Española de Oftalmología», que hasta aquel momento carecía de relevancia científica internacional y él, aplicando los criterios de otras revistas, consiguió que hiciéramos una comparable a las anglosajonas, reglamentando su metodología. Con ello consiguió el primer paso, que fue incluir la revista en MedLine y que figurara en los index médicos.

Su obra más importante es el IOBA, centro de excelencia reconocido tanto a nivel nacional como internacional. No voy a explayarme sobre lo que representa porque no habría páginas suficientes; sólo quiero resaltar la importancia que ha tenido en la formación de muchos de nosotros y en la generación de conocimiento. Además, fue uno de los impulsores de la Red Temática de Oftalmología.

Pero lo que es más importante es que ha creado una escuela que no se diluye al desaparecer él. Fue lo suficientemente generoso para ir apartándose de los cargos, no querer colgarse medallas y crear una obra que pervive y le sobrevive, con una fortaleza estructural enorme y con innumerable cantidad de discípulos fieles. Es una obra única en la Oftalmología española. El IOBA no desaparece cuando JC lo hace gracias a su visión de futuro y a su generosidad.
Cuando tuvo que elevar la voz de alarma, hace 30 años, por la contaminación de un colirio, no le tembló el pulso, pensó en la ética, no en sus relaciones con la industria.

Era un estoico clásico y karateka consumado. Fue uno de los oftalmólogos más ricos porque no lo es quien más tiene si no quien menos necesita. Nunca precisó ni envidió lujos superfluos. Su familia, la Oftalmología, sus amigos y su bicicleta eran su pasión. Nada más y nada menos.

Él ya descansa en paz, con el deber cumplido, pero nos deja solos, sin su guía.

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